Diez años después de la acampada de Sol se debate sobre las consecuencias de aquel acontecimiento que alcanzó repercusión mundial. La «spanish revolution» resonó desde Nueva York hasta Australia, acaparando portadas y levantando una gran expectación. Para algunos participantes en aquel Mayo madrileño nada ha cambiado, es decir, el 15M no sirvió para nada, no cambió nada. Otros protagonistas, por el contrario, piensan que el 15M cambió el sistema político español, acabando con el bipartidismo y abriendo espacio para nuevos partidos. Probablemente, la valoración de cada cual depende de las expectativas que, entonces, tuviera. Con la perspectiva que da el tiempo, parece claro que aquella gran manifestación de protesta, en modo alguno, fue una revolución ni política ni social. Tras el 15M, vino una segunda recesión que agravó la crisis social, que estuvo en la base del 15M. Lo que siguió al 15M fue una derrota aplastante de la izquierda que, a finales de 2011, representaba poco más de un tercio del hemiciclo. Y dejó al PSOE como un boxeador sonado, dando tumbos de crisis en crisis.

La gran crisis financiera que se inició en 2008 interrumpió un período de notable crecimiento y nos metió en una primera recesión, con la consecuencia de un paro enorme, especialmente entre los jóvenes. Se interrumpió bruscamente un largo período de crecimiento económico y de progreso social. A las alturas de 2011 ya se apreciaba una dura crisis social. La continua expansión de las clases medias de repente se detuvo, registrándose un fuerte retroceso de algunos de sus componentes. La frustración era evidente, especialmente entre los jóvenes. Era un lugar común que ya no vivirían mejor que sus padres, como había sido la norma hasta entonces. Las medidas de austeridad, impuestas al Gobierno de Zapatero por las autoridades europeas, no hicieron más que atizar el descontento, creando las condiciones para la gran movilización de protesta. Solo faltaba quien la organizara y promoviera y ese papel lo jugaron varios grupos de la izquierda extraparlementaria, transmutados en activistas sociales, que acertaron al detectar el clima social, dieron a la movilización la forma de una acampada en Sol y formularon las principales consignas. Su mayor acierto fue usar masivamente las redes sociales para organizar la movida y concebir esta como un espectáculo político – mediático. Sol se convirtió en un gran plató desde el que las TV ofrecían horas y horas de programación. En realidad, no se buscaba tanto la participación real de la gente en las movilizaciones directas, reales, como su participación virtual, a través de las redes sociales y medios de comunicación. Y en eso los organizadores alcanzaron un éxito clamoroso: las encuestas mostraban una simpatía masiva hacia el movimiento de los indignados cuya causa se hizo «políticamente correcta» y estaba totalmente justificada.

Los organizadores orientaron la protesta contra los partidos políticos del arco parlamentario que «no nos representan». Fue llamativo que los patéticos intentos de IU por encabezar o al menos participar en la dirección de la movida, fueran rechazados con contundencia por los organizadores, para los cuales también IU formaba parte del «régimen del 78», de la casta que había que barrer. Rechazo que se extendió a los sindicatos. La «spanish revolution» pretendía abrir un proceso constituyente de una «democracia real», partiendo de la base de que al régimen existente «lo llaman democracia y no lo es». El proceso constituyente se iniciaba en Sol, mediante cientos y cientos de asambleas que se reunían para exponer y aprobar a mano alzada y con aplausos silenciosos, las más variadas propuestas y ocurrencias. Rechazando cualquier sistema de representación y desconfiando enfermizamente los unos de los otros, nadie de los organizadores era reconocido como cabeza de la protesta, sencillamente porque como suele ocurrir con los grupos de la izquierda extraparlamentaria, suelen estar de acuerdo en contra quien ir pero en desacuerdo en todo lo demás. Hace un siglo que Lenin ya había explicado que no puede haber revolución si previamente no existe el partido de la revolución y en Sol no había ni partido de la revolución ni partido a secas. Había grupos minúsculos y enfrentados entre sí, que gestionaban el día a día de la acampada. Me sorprendió no poco que los indignados rechazaran de forma contundente el sistema político existente (la democracia parlamentaria, vamos) pero no el capitalismo, a pesar de que uno de los grupos organizadores del evento se llamara, precisamente, Izquierda Anticapitalista. Y esto, quizás, explica que ni los empresarios ni la derecha tuviesen ninguna preocupación por la «spanish revolution», más bien al contrario. El 15M no fue una revolución. ni un proceso constituyente de una nueva democracia ni siquiera el momento fundacional de nuevas fuerzas políticas. Para quienes nos acercabamos día a día a la acampada de Sol eso estaba claro. La cuestión que nos planteábamos algunos era quién iba a capitalizar políticamente la protesta.

En plena acampada de Sol, en Madrid hubo elecciones autonómicas y el PP de Esperanza Aguirre ganó por goleada. Estamos hablando del partido la Gurtel, de la Púnica, de Granados, de Ignacio González, etc. Uno de los lemas de los indignados era aquello de que «no hay pan para tanto chorizo». Chorizos era lo que abundaban en el PP de Aguirre quien ganó con una mayoría repugnante las elecciones de Mayo de 2011. ¿Sorprendente? No tanto. Si lo único claro del 15M era la protesta contra los políticos, era inevitable que la protesta apuntara, sobre todo, contra el partido que gobernaba en ese momento, el PSOE. Un año antes, el Gobierno Zapatero había aprobaba en las Cortes un paquete de recortes, bastante leve, visto lo que vino después. El PP de Rajoy analizó que la crisis económica era la gran oportunidad para acabar con el Gobierno del PSOE, así es que, para perplejidad de sus socios europeos, en lugar de acordar lo que hubiese sido una Política de Estado frente a la crisis, se opuso radicalmente al paquete de medidas de Zapatero, calificándolo de «el mayor recorte social de la Historia». La Vice-Presidenta Sainz de Santamaría explicó a la afición que la crisis del 2008 era culpa de Zapatero y que bastaba con echarle para resolverla. El PP del muy moderado Rajoy no participó en la acampada de Sol pero orientó su discurso para que el viento que soplaba de Sol hinchara sus velas y sobre todo hundiera al PSOE. Y, en efecto, en Noviembre de 2011, el PP obtuvo una resonante victoria, paralela al hundimiento del PSOE. El éxito de aquella táctica del PP de entonces quizás explique bien la posición de Casado hoy. La crisis sanitaria y económica, mucha más grave que la de hace 10 años, es la oportunidad de echar al Gobierno de Sánchez. Por eso no hay ni habrá ningún Pacto de Estado para la recuperación, en contra de lo que muchos bien intencionados analistas recomiendan. Hay, sin embargo grandes diferencias respecto a la situación de hace diez años. Hoy no se ha producido ningún 15M entre otras cosas porque los indignados de 2011, los que organizaron el 15M, hoy están en el Gobierno de coalición.

Mirando las Cortes de Noviembre de 2011 era evidente que el bipartidismo, el Régimen del 78, no había desaparecido, ni mucho menos. La izquierda había sufrido un buen varapalo, eso sí. IU subía pero solo recogía una pequeña parte de lo que el PSOE perdía, lo cual confirmaba que IU no era el vehículo que podía recoger el descontento social, salvo en una mínima parte. A falta de un referente político de la protesta, al 15M le siguió una gran derrota de la izquierda, del PSOE en concreto, que desde entonces fue dando tumbo, de crisis en crisis, como un boxeador sonado. Rajoy, una vez en el Gobierno, acordó una serie de medidas exactamente contrarias a las demandas formuladas en Sol. Es decir, el 15M no solo no había conseguido nada en materia social sino que en España se aplicó con contundencia las políticas que el 15M rechazó, agravando la crisis económica y social. Frente a la cual, el movimiento de los indignados languidecía de plaza en plaza, haciendo simulacros de debates populares y algunas manifestaciones sectoriales, pretenciosamente llamadas mareas.

Fue en las elecciones europeas de 2014, tres años después del 15M, donde se inició el cambio del mapa político español. Por fin los organizadores del 15M se pusieron de acuerdo en algo: organizar una candidatura a las elecciones europeas para ver si había agua en la piscina. Curiosamente, los mismos que hicieron seña de identidad el rechazo a cualquier tipo de liderazgo lo que ensayaron fue unirse en torno a un líder, Pablo Iglesias. Escogieron a Iglesias no por su papel en el 15M ni por sus ideas políticas si no por ser un muy buen líder comunicador. Un liderazgo forjado en tertulias y programas de TV que le brindaron una amplísima cobertura, sin la cual Podemos hoy no existiría. Acertaron plenamente porque la gran cualidad de Pablo Iglesias es su gran capacidad de comunicación. Por primera vez, el símbolo de la papeleta de voto era la imagen de un líder, el de la coleta. El resultado de aquellas elecciones convenció a los colegas de Iglesias de que había que organizar un artefacto político que se llamó Podemos. En cierta medida Podemos es la expresión política, en positivo, de aquel movimiento del 15M, aunque no del todo porque escuchando a muchos de los que participaron en la acampada de Sol no se reconocen en Podemos, que, por emplear su propio slogan, «no les representa».

Continuará.